Carlos tiene 13 años, sus padres le han regalado un nuevo teléfono, han configurado una cuenta de correo electrónico y el WhatsApp para que pueda utilizarlo en casa y en sitios donde tenga acceso wifi. Ayudado por otro amigo crea una cuenta en Facebook y cuelga algunas fotos haciendo "el tonto". Comienza a recibir comentarios groseros, primero por el face y luego por mail y por WhatsApp. Al principio contesta cosas como "y tú más".
Pero la bola va creciendo y se multiplica el número de personas desconocidas que le insultan y amenazan a través de internet y del teléfono móvil. Carlos siente miedo y vergüenza, no se lo cuenta a sus padres. En el colegio nota que algunos compañeros se ríen de él y que otros no le le puede estar haciendo eso, no se concentra, comienza a
hablan. Constantemente piensa en quién aislarse y solo tiene ganas de desaparecer.
Esto que le sucede a Carlos es el llamado ciberbullying o ciberacoso. Es un fenómeno en el que un menor atormenta, amenaza, hostiga, humilla o molesta a otro menor mediante internet, teléfonos móviles, consolas u otras tecnologías telemáticas. Por tanto tiene que haber menores en ambos extremos del ataque para que se considere ciberbullying. Se excluye en este concepto el acoso o abuso de índole estrictamente sexual y los casos en que intervienen personas adultas.
Resulta desolador pensar que solo la habilidad tecnológica y la imaginación de los menores acosadores serán los únicos límites en la variedad de los ataques.
Aunque todos somos susceptibles de sufrir este tipo de acoso, los niños-jóvenes son los más vulnerables ya que internet forma parte de su vida, es su medio de comunicación habitual y también su medio de conseguir información. No son conscientes de los riesgos de ofrecer datos personales ni miden las consecuencias que puede tener hacer cierto tipo de comentarios. La propagación en segundos de cualquier texto o imagen puede cambiar en un momento la vida de una persona y más la de un niño.
Por el mismo motivo, no resulta difícil que un niño "caiga" en el papel de acosador. Lo que empezó como una broma puede convertirse en un hábito para quien lo realiza y en una pesadilla para la víctima. El anonimato, la no percepción directa e inmediata del daño causado y la adopción de roles imaginarios en la Red convierten al ciberbullying en un grave problema.
Consideramos que para manejar un automóvil, maquinaria peligrosa o firmar algún documento, una persona ha de tener una edad determinada (generalmente la mayoría de edad) y sin embargo permitimos que nuestros hijos naveguen por internet prácticamente sin control y sin saber quién está al otro lado de la red. Las posibilidades son infinitas, por lo que el trabajo de supervisión queda grande casi a cualquier padre- policía. En los propios colegios, durante la clase de informática, algunos niños visitan páginas poco adecuadas para su edad y otros envían mensajes amenazantes a compañeros. Se supone que debería haber unos filtros pero la realidad muestra que no los hay o que son insuficientes.
Como siempre, la prevención es la mejor arma con la que podemos contar para evitar este tipo de fenómenos. Casi todos estamos preparados para defender a nuestros hijos de esos ataques aunque sea muy difícil y, en ocasiones, las consecuencias irreversibles; pero pocos lo están para siquiera imaginar que su hijo puede convertirse en un acosador.
Parry Aftab es una abogada estadounidense que abandonó su prestigioso bufete para dedicarse a la protección de la infancia en el ciberespacio. Ha publicado en España Internet con los menores riesgos, una guía práctica para los padres. Es esta una guía muy útil y fácil de usar. Introduce primero un inventario que los padres deben rellenar sobre la tecnologia que tienen en casa y cómo se usa. Sorprendería comprobar la ignorancia que muchos mostramos al respecto.
Algunos consejos prácticos que se deben dar a los menores son: No proporcionar datos personales como número de teléfono, dirección... Respetar la netiqueta (reglas de comportamiento en internet como son saludar, no usar mayúsculas, etc.). No responder nunca a una provocación. Cuando el acoso persiste, guardar pruebas (archivar o imprimir el mensaje), cerrar la aplicación y comunicárselo a un adulto.
Los principales consejos a las personas adultas serían: transmitir a los menores la confianza necesaria para que confíen en nosotros y nos lo cuenten; no reaccionar de forma brusca: primero apoyar al menor, luego se emprenderán las acciones necesarias. Prestar atención a la gravedad y frecuencia del acoso; cuando se dan amenazas graves de daño físico directo debe tomarse muy en serio, sobre todo si sabemos que el acosador dispone de datos precisos del acosado. Ir a la policía en este último caso sería lo recomendable. Soledad Fernández Fernández