Me preguntan a qué se puede deber la "agresividad" que se palpa en la carretera, en las calles, en la familia. Quieren saber si es debido a la crisis económica o, si no, a qué otros factores puede obedecer. Porque todos notamos un cambio significativo de actitud en la población en general: un nivel de irascibilidad muy superior al de los últimos años, traduciéndose a veces en conductas claramente agresivas.
La irritabilidad ante el volante no es algo nuevo, siempre ha habido conductores iracundos que nos han provocado un gran malestar y, en ocasiones, algún disgusto. Hace años percibía con frecuencia la intención de adelantarme del automóvil que me seguía (distancia de seguridad treinta centímetros, juego de luces), cosa que yo enseguida facilitaba, no me suponía ningún problema ni generaba en mí inquietud alguna.
Ahora, al cabo de los años, me sorprendo sobresaltada cuando oigo el claxon de algún coche pegado a mi parte trasera, en un semáforo que aún puede estar en ámbar. No es de extrañar que mis hijos me pregunten estresados y preocupados: ¿Te han pitado a ti, mamá?, aunque el claxon haya sonado a 50 metros. Lo realmente extraño es que yo me sobresalte y que ellos se estresen.
Algo ha cambiado. La crisis, la educación, la baja tolerancia al estrés, la necesidad de gratificación inmediata, el consumismo en material electrónico, el ficticio mundo en que se ha convertido tener trescientos amigos virtuales y nadie con quien salir...
El factor económico siempre ha sido un detonante de las emociones negativas. La perspectiva de no llegar a fin de mes es causa de multitud de tensiones dentro la familia, desencadenando a veces discusiones que, de otra forma no se producirían. El miedo a perder el puesto de trabajo, si se tiene, es otro motivo generador de ansiedad que puede hacer saltar chispas en un momento dado, tanto en casa como en el trabajo o en la calle.
La escasa posibilidad de los jóvenes para conseguir un trabajo, unido al fomento del consumo en los últimos años, hace que nuestra sociedad esté repleta de personas frustradas, asustadas y desorientadas que son mucho más susceptibles de desarrollar algún tipo de trastorno psicológico que si estuvieran en una situación diferente.
De la ira a la agresividad. La ira es una emoción negativa que tiene su razón de existir; gracias a ella se pueden buscar soluciones ante una situación injusta, de amenaza o de supervivencia. En situaciones límite será seguida de conductas agresivas que pueden salvarnos la vida (si nos atacan físicamente, por ejemplo).
El problema aparece cuando no existen soluciones concretas y seguimos con ese sentimiento de malestar sin que nada cambie. Todos conocemos a algunas personas que tienden a estar enfadadas frecuentemente, personas a las que analizar cualquier situación cotidiana les produce ira y enfado. Este tipo de personas suelen echar la culpa de lo que les pasa a los demás y sienten la necesidad de enfrentarse a quienes no actúan como deben o han hecho algo que les ha molestado mucho. Los pensamientos que facilitan la ira parten de premisas equivocadas: dar por hecho que el otro tiene intención y el deseo de fastidiar, así que hay que darle su merecido; presuponer que hay solamente una forma de hacer las cosas bien (como las haría yo) y, por lo tanto, ser incapaz de admitir algún error en los demás.
Si, además, confluyen una serie de factores en una situación determinada (ir con el tiempo justo al trabajo, a recoger a los niños, a ver el partido de fútbol, a la peluquería, que me hayan puesto una multa) no es difícil imaginar en qué derivaría ese sentimiento de ira, dando lugar a veces a expresiones de mala educación y totalmente fuera de lugar.
Ni que decir tiene si en medio de todo esto interviene el alcohol, por hablar de la droga más cercana y mejor vista. Aquí se produciría un pleno: persona iracunda, situación estresante, ingesta de alcohol, sentimiento abrumador de ira, pérdida de control de los impulsos...conducta agresiva.
En definitiva creo que sí, que parte del aumento de las conductas agresivas obedecen a problemas derivados de la crisis económica junto a una gran desorientación respecto a cómo gestionar los sentimientos de ira y a un cambio profundo en los valores y en las motivaciones de los jóvenes en cuanto a su tiempo libre, así como al desconocimiento de los padres sobre qué conductas y actividades son apropiadas a una edad o a otra.