Desde hace años se viene hablando del "síndrome postvacacional", que consistiría en la dificultad para adaptarse a la rutina laboral o escolar tras un período vacacional prolongado y que se caracterizaría por una serie de síntomas físicos y psíquicos como fatiga, dolores musculares, falta de concentración, alteración del sueño, del apetito, irritabilidad, falta de motivación, tristeza, etc.
Si bien no existe como enfermedad, a todos nos resulta familiar la sensación de irrealidad que se produce al volver al trabajo tras unas largas vacaciones. Pensamientos como "otra vez la rutina", "un año entero para disfrutar de otras vacaciones", "qué cortos son ya los días "; la pereza que provoca pensar en volver a ponerse prendas de abrigo, a someterse al estrés férreo de horarios, obligaciones propias y quizá de nuestros hijos... puede hacer que nos sintamos realmente agobiados y obtusos.
Estos síntomas suelen desaparecer al cabo de una o dos semanas, por lo que no hay que dramatizar ni "psicopatologizar" la situación. Claro está que cuanto más nos guste la labor que realizamos habitualmente, menos probabilidades tendremos de sufrir esa falta de adaptación. Quienes realizan un trabajo sometidos a un fuete estrés o conviven en un clima de trabajo hostil, serán más propensos a ver la vuelta a la rutina como algo difícil y rechazable. Por eso es importante mantener unos hábitos de vida saludables durante todo el año, y me refiero a saludables en el sentido completo de la palabra: practicar deporte al menos dos veces por semana, programar alguna salida con los amigos semanalmente, planificar un fin de semana a medio plazo, realizar alguna actividad que nos guste y nos podamos permitir, inscribimos en algún curso que nos pueda interesar... En definitiva, tener unos hábitos de vida que nos hagan pensar que también la rutina puede resultar placentera e interesante.
Del mismo modo, los niños son susceptibles de padecer el mencionado síndrome, aunque es menos frecuente y se adaptan más rápidamente. La percepción del tiempo en la infancia es totalmente distinta a cuando somos adultos. ¿Quién no recuerda lo largo que se nos hacía el verano cuando éramos niños? ¿Y los comentarios de las personas adultas que te decían "qué suerte que no tienes que ir al cole"? El colegio parecía un lugar lejanísimo al que, por un lado, no se debería querer volver y, por otro, se anhelaba su regreso. Es seguro que el reencuentro con los compañeros es un reforzador muy potente y quizá también la propia rutina de las actividades escolares aporte algo de "tranquilidad" al cerebro siempre excitado de los niños. Para un niño bien adaptado y, en un entorno favorable, la vuelta al cole no debería suponer un drama, sino una agradable incorporación a la otra realidad de lo cotidiano donde coexistirán actividades que no deseen realizar con otras que les estimularán y gratificarán.
Ahora se nos presenta un nuevo panorama con el momento social que vivimos: la precariedad del empleo, el elevado número de paro y, en definitiva, las dificultades económicas por las que estamos pasando los españoles, han hecho modificar nuestra percepción de los hechos y por tanto nuestras emociones. Parece que la incidencia de los síntomas del llamado síndrome postvacacional ha disminuido sensiblemente con la crisis económica. La preocupación por conseguir un empleo o mantener el que se tiene da prioridad a la de adaptarse de nuevo a la rutina laboral y es que muchas personas han pasado de ver su trabajo como un auténtico calvario a sentirse privilegiadas o, al menos, no desgraciadas por tener un empleo aunque no esté bien remunerado y no sea la vocación de su vida.
Ya lo decía mi madre, "a la fuerza ahorcan" y también los manuales de psicología, menos sabios pero con mayor rigor científico que ella: la conducta influye en el medio ambiente y este en la conducta de tal modo que, al modificarse ese medio, es el hombre quien debe adaptarse cambiando sus pensamientos, transformado estos las emociones y dando como resultado otras conductas adaptativas para sobrellevar la nueva situación.
Valorar lo que somos y no lo que tenemos, luchar por conseguir metas que parecían impensables (desde caminar una hora al día hasta realizar un complicado curso de especialización), cuidar nuestras relaciones afectivas y hacer la vida más agradable a las personas que nos rodean, ayudaría a ver la rutina como algo confortable y los cambios como nuevas oportunidades.